El presidente de Estados Unidos desempeña muchas funciones. Es jefe de Estado y jefe de Gobierno y de la Administración, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y jefe de la diplomacia. La Constitución señala todas estas atribuciones. Sin embargo, ostenta otros roles que no aparecen explicitados en ninguna norma.
Como jefe de Estado, el mandatario ejerce de símbolo del país, tanto a nivel nacional como internacional, pero especialmente en el ámbito interno. Su figura y la de su familia se erigen como modelos de conducta –role models– ante una sociedad que sigue con gran expectación cada paso que dan los miembros de la “primera familia” –first family–.
La presencia del presidente y sus allegados en las clásicas festividades estadounidenses es algo indispensable. Todas ellas están revestidas de orgullo patrio y sirven para reforzar la identidad nacional. Además, los medios de comunicación contribuyen a presentar a la first family como si fueran miembros de la realeza.
El Día de Acción de Gracias (Thanksgiving) es esencial. El cuarto jueves de noviembre, el país entero se paraliza para conmemorar el éxito de la primera cosecha de los colonos ingleses, que celebraron junto a los nativos. Y en la Casa Blanca se visten de gala. Cada año, el presidente indulta a un pavo (el plato estrella del día) en una pequeña ceremonia a la que acude su familia y público invitado. La teatralidad del acto es tal que el animal llega en limusina a Washington, es presentado ante la prensa y se aloja en un lujoso hotel antes de llegar al acto.
Una tradición con un siglo de antigüedad es el encendido del árbol de Navidad. El presidente y su mujer se desplazan a unos pocos metros de su hogar para iluminar un inmenso abeto en un evento al aire libre repleto de actuaciones musicales, que es retransmitido en directo por las televisiones.
Halloween es otra fiesta grande en la agenda presidencial. La Casa Blanca se llena de calabazas y recibe a escolares o hijos de trabajadores de la propia Administración que gritan el ya mítico “truco o trato” ante el líder de Estados Unidos y su esposa. Lo mismo ocurre en Pascua, cuando el matrimonio presidencial celebra el tradicional Easter Egg Roll (un juego donde hay que hacer rodar huevos de colores con una cuchara de madera) rodeado de pequeños y acompañados del icónico conejo de pascua (Easter Bunny).

Además, siempre es señalada la presencia del presidente en festivos como en el Día de los Veteranos (cuando se honra a los miembros que han servido a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos), en el Día de los Caídos o Memorial Day (se recuerda a los soldados muertos en combate), en el Día de Martin Luther King Jr. (en conmemoración de su figura y la lucha por los derechos civiles) o el 4 de julio (la celebración de la independencia de Estados Unidos).
El papel de la primera dama
En todas estas ceremonias, la primera dama desempeña un rol importante. Contribuye, en gran medida, a transmitir una imagen ejemplar de familia, aunque en los últimos tiempos no se limitan a ser meras acompañantes de sus maridos, sino que tienen un papel activo. Tratan de imponer su sello en todas estas tradiciones: incorporando la comida saludable, como hizo Michelle Obama, o apostando por la educación o la cultura, como está haciendo Jill Biden.
De hecho, la esposa de Barack Obama fue consciente desde el primer momento de la poderosa simbología de su presencia en la Casa Blanca y quiso alejarse lo máximo posible de parecer una mujer florero. Tanto, que se convirtió en una referencia moral para muchos ciudadanos estadounidenses.
En todas estos rituales se intenta trasladar una imagen ejemplar del presidente y su mujer, a los que les pueden acompañar los diversos miembros de su familia para enfatizar aún más su presencia (el actual presidente, Joe Biden, se suele rodear de sus numerosos nietos). Y los discursos que se pronuncian en ellos por parte del mandatario se basan en valores como la unidad de la nación o la grandeza del país, sin salirse de la tónica establecida.
En la democracia estadounidense, el jefe del Ejecutivo representa la voz del pueblo, sin intermediarios. Y este adopta el papel de guía moral del país. De hecho, la presidencia es el único órgano del Gobierno que tiene visibilidad nacional. De ahí la pomposidad y teatralidad de todos los clásicos festejos, con mensajes claramente inspiradores.
Así, la celebración de los diferentes fastos estadounidenses por parte de los anfitriones de la Casa Blanca es culturalmente indispensable. Ningún líder presidencial rehúsa de ellos, conscientes del gran poder simbólico que tienen entre la población, que mira hacia su presidente esperando encontrar un lugar seguro.
Quizá a partir de ahora en todas estas festividades de orgullo patrio esté presente una mujer y no un hombre y el papel de primera dama cambie por el de primer caballero. Las elecciones presidenciales de EE UU. están a punto de celebrarse. Si la candidata Kamala Harris resulta ganadora, será ella quien indulte al pavo de Acción de Gracias el próximo año.